22 feb 2012

La caja loca

Caminaba por las calles de la ciudad ensimismado en mis pensamientos vagos y necesidades mundanas, en cuanto no pude dejar de notar, al doblar una esquina, un pequeño niño de apenas el metro de alto, descalzo y de rasgadas vestiduras con una guitarra antigua, tocando con la pasión y finura de un gran genio.

Impulsado por el hambre, su mano serpenteaba por los trastes con resultados hipnóticos. De pronto niños, parejas e individuales, gente se iba agolpando en esa esquina conforme el niño daba cátedra de sus habilidades.

En cada rasgueo y en cada acorde, más personas se sumaban para escuchar tal inesperado y bello espectáculo.

Al terminar su pieza, yo, junto con el pequeño público que se había formado a mi alrededor, aplaudimos maravillados. El niño, cabizbajo, solo asentó a la audiencia, la cual replicó el gesto con monedas al gorro que yacía frente a él.

Seguía impactado por las habilidades del joven, así que no dudé en acercarme. Hice mi camino de entre la multitud y pregunté al joven prodigio:
- ¿Qué te inspira? ¿cómo llegaste a tal perfección?
- Toco esta música... por mi padre señor - dijo el pequeño, casi suspirando. Su tesón parecía solamente estar reservado para su guitarra-, podía escucharla durante todas las noches en la vieja radio que él tenía en su viejo taxi cuando aún vivía. Entre cada parpadeo en el asiento trasero, mi universo se reducía a lo que podía ver de las luces de la calle, pasando una tras otra al compás de esa música... son los más bellos recuerdos que tengo... señor.
- Ya veo... ¿hay algún nombre que recuerdes de aquellas noches? Alguna banda, algún artista.
- Recuerdo una, de entre los cientos que solían mencionar, era la cual más me llamaba, de la cual tengo el recuerdo más vivido dentro de mí... su nombre era The Beatles.
- ¡¿Qué?!

Una bofetada salió de mi mano, tan automática, casi instintiva. Se escuchó la muchedumbre tomar aire al unísono mientras el niño, el cual terminó en el suelo, temblaba por la súbita inesperada ráfaga de dolor. Voltee a mi alrededor, solo encontré miradas de desaprobación y deseosas de venganza... y que me fui hecho la verga.

***

Encontrabame yo en un estado terrible, el cual nublaba mi trabajo, mi habla y mi sueño. Esas situaciones del corazón que no se arreglan como enfermedad, tomando una pastilla, agua y una buena siesta. Abatido, un amigo preocupado al verme en tal situación, me contó de un gran sabio que vivía a las afueras de la ciudad, el cual decían, tenía el poder de curar cualquier malestar con el mero don de sus palabras.

Sin nada que perder, acepté la sugerencia de mi amigo y di un viaje a las periferias, donde casas alzadas sobre predios desolados abundaban. De entre tejabanes modestos de madera y cartón, una se asomaba en particular de las demás. No por ser la más arreglada, ni porque fuese con la que más lujos contaba, era algo en sus alrededores, algo en el aire que se sentía más fuerte conforme uno se iba aproximando. Mi amigo me comentó en su platica que con el simple hecho de estar ahí, daría con la casa. Quizás ya estaba algo sesgada mi visión, pero de todos modos no podía dejar pasar esa presencia como algo real, reforzando la mística de aquél desconocido personaje.

Apenas estuve yo cerca de tocar la puerta, la puerta se abrió.
- Se a lo que vienes, y no es que sea algo difícil -soltó una risilla-, se lo que todo forastero hace que se dirija a este lugar, trataré de no decepcionarte.- dijo el viejo con una voz segura y ecuánime, mientras con una seña de su mano me invitó a pasar.

Caminé encorvado, la casa estaba hecha a medida del anciano, a cada paso sentía el rozar de los maderos por sobre mi cabeza. Le seguí las espaldas, escudriñando el vacío de la misma con la mirada.

Con otro movimiento de mano y sin siquiera virar la cabeza, apuntó a la mesa y me senté. Por fin me miró a los ojos, tomó asiento y me ofreció una bebida extraña, parecía un té. Accedí y di un par de tragos.
- Como lo mencioné antes, se a lo que la gente joven como tú viene a visitarme y sé por tu mirada que tú no eres diferente a los demás.

Bajé mi mirada y observé con detenimiento mi reflejo en la bebida, sobre la austera mesa del comedorsillo. Entonces el anciano, abandonando el tono servicial de la bienvenida, dijo:
- Lo único que tenemos seguro en la vida es que, no importa que tan crudo haya sido el invierno, después de él, siempre habrá primavera.

Terminó de pronunciar esas palabras, cerré los ojos y di un profundo respiro a los humores que despedía mi bebida. Sentí como mi alma de re encontraba la esperanza que había perdido. Expedí el aire y abrí los ojos a la nueva etapa que seguramente comenzaría en ese instante en mi vida, y entonces lo vi... el anciano se despojaba de sus ropas mientras tarareaba "Careless Whisper" y que me fui hecho la verga.

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