24 jun 2012

La Prom

Desde pequeño, siempre los había visto de cuando en cuando. Eran esos pequeños espectadores inadvertidos de todo evento social que involucrase gente joven y feliz, de esa cuyo ambiente es la fiesta y tienen lo que parecen ser vidas promiscuas.

Se les encontraba en esas películas de adolescentes cuyos temas siempre parecen ser los roces de los perdedores contra los populares, y estos solían comúnmente estar del lado de los populares. No importase que fuese el capitán del equipo de americano, la líder de las porristas o solo un Don Juan de aquellos por el cielo favorecidos, era su especie de estandarte de identidad.

También, y alejados de aquellos hostiles estereotipos de ambientes escolares, se hallaban de vez en cuando en lugares más acogedores y amables, como las series de televisión. De cuando en cuando, a los amigos les tocaba por asistir o ser anfitriones de alguna fiesta o reunión, y era ahí que, de alguna forma u otra, se infiltraban entre los invitados e iban de mano en mano.

Y yo solo podía intuir su contenido.

Por mucho tiempo me quedé con ese vago pensamiento rodeando por mi mente. Imaginaba a veces con el día que llegase a crecer lo suficiente como para alguna noche por azares del destino me encontrara con alguno de esos pequeños. Lo tomaría en mano, miraría dentro de él y sabría por fin que lo que concluí desde pequeño era verdad.

También pensaba sobre las personas con las que estaría rodeado y en las condiciones en que estaría, ¿serían populares? ¿serían perdedores tratando de revelarse en contra del sistema y su naturaleza? ¿Se trataría de chicos de mi mismo colegio, estaría rodeado de desconocidos y yo solo sería un invitado más? ¿Será que mi mejor amigo me invitó convenciéndome que sería una experiencia que jamás olvidaría? ¿Estaría emocionado por ello o me sentiría presionado?

Y conforme pasaron los años, dejé de pensar en ellos. Olvidé todo lo que respectaba a esos pequeños, en la gente inexistente, en los amigos invisibles y en mis ansiedades infundadas de eventos imaginarios.

Un día, un amigo, de los grandes que tengo y que me superan en edad, llamó a mi casa. Me había invitado a su casa para celebrar que se había graduado ya y que por fin se iría a estudiar lejos. Acepté sin pensarlo, siempre había sido bienvenido en esa casa.

Hicimos lo usual de ponernos al corriente, esa sería una de esas veces en las que nos encontrábamos después de meses de no vernos, así que platicamos por horas.

Agotándose ya las cosas interesantes que había preparado de camino a su casa y le quería decir, y espero que las suyas también, un amigo de él llama a su celular. Le invita a una fiesta en su casa, del centro de la ciudad. Estaba también invitado yo. Luego de platicar un poco, acepté. Si llegase a atraparnos la noche celebrando, podía dormir en su casa y aprovechándome de ello, podía seguir festejando el resto de la noche.

Dimos con ella fácilmente. Era una casa grande, de frente muy bien elaborado, todas sus luces estaban encendidas y la música escapaba de sus ventanas. Entramos y fuimos bienvenidos por el amigo de mi amigo. Se veía ya estaba entrado en ambiente y controlaba la música que era de fondo. Di un vistazo rápido a todos los grupos de gente formados ya para mi llegada, mientras mi amigo iniciaba una platica sobre los buenos tiempos con el anfitrión. Había poca gente conocida por mí, lo suficientemente conocidos por mí como para poder entablar una platica apropiada.

Y entonces me llegó aquél patrón. Entre todos aquellos grupos, de gente alegre y joven, cuyo ambiente parecía ser la noche musicalizada, varios, repartidos en todos los círculos, en sus manos guardaban algo que me llevó a más allá de mis primeros años de edad, esa figura inconfundible de los vasos plásticos rojos, cuyo interior es blanco.

Dejé de ver mi alrededor para analizarlo. La música era buena, mis ropas eran adecuadas, las personas agradables, chicos y chicas por igual, y mi corte de cabello no estaba tan desentonado.

Miré hacia mi amigo, recién había terminado su platica y se acercaba a mí. En cada mano cargaba con uno de esos vasos llenos, e hizo una seña con la vista para que tomase uno porque era para mí.

Tomé el vaso y olí su contenido. Bebí un poco y sentí un picor en la garganta para el cual no estaba preparado.

Volví a dar una mirada hacia mi alrededor, pero no parecía haber nerds, vivales o ninguna clase de sensualidad o erotismo en el aire. Eran tan solo gente hablando, con alcohol en las manos y dentro de esos vasos rojos.

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