15 jun 2012

La villa de Dalí

Sería la última vez que visitase mi casa que había dejado atrás hace ya un tiempo. Sería así porque estaba a pocos días de recibir a los primeros inquilinos que habrían de rentarla. Ya no sería mi casa nunca más, sino la de otra familia, así que en la primera oportunidad en cuanto pude visitar la ciudad, me dí tiempo para ir a visitarla por una última vez. Pedí una de las copias de las llaves a mi madre aprovechando que tenía que recoger unos recibos y unas últimas cosas que se habían quedado allá.

Llegué a la calle de mi antigua colonia. No encontré vecino alguno fuera de sus casas ni caminando por las banquetas, lo cual agradecí. Hubiese sido incómodo ver de nuevo alguno de esos rostros familiares y sin embargo desconocidos después de pasado tanto tiempo.

Caminé un poco y me hallé por fin de nuevo frente a la casa. Puse la llave en su cerradura y le giré. La cosa no abrió. Un par de intentos más y recordé algo importante, la puerta de la casa tenía truco. Justo en el momento de girar la llave, tenías que elevar la puerta de forja entera, para que el pasador pudiese entrar de nuevo suavemente y así abrir la puerta.

Por fin abrí la puerta y rápidamente me llegó aquél aroma, el singular olor a encerrado escapaba de la casa y me daba la bienvenida.

Di un vistazo general a todas las habitaciones. El lugar estaba solo excepto por unas cuantas sillas plásticas que decidieron dejar mis padres. No había visto el lugar así desde aquella ocasión que en familia nos pusimos a pintar la sala y el comedor y se contrató un hombre para poner baldosas en el piso.

Pero esta vez, el vacío se sentía diferente. Había polvo acumulado en el suelo, así como cadáveres de insectos y telarañas esparcidos por toda la casa. Decidí aprovechar la situación y tomarle fotos a la casa, sería la última oportunidad que tendría de ver el lugar así.

Unas cuantas tomas del cuarto de mis padres, unas de la cocina y otras para la recepción y la sala, sin olvidar el baño. Para el final, dejé mi cuarto, mi viejo santuario cubierto en dos tonos diferentes de azul. Entré y tomé fotos de cada rincón y desde cada perspectiva posible. Aproveché la buena iluminación que me brindaban las dos ventanas grandes y los ingeniosos tragaluces que se encontraban a mitad del techo.

Estaba saliendo y pensé tomar una última foto desde la perspectiva de una persona que entrase a el. Una súbita corriente movió la puerta de su lugar. Le detuve en su lugar y retrocedí unos cuantos pasos, alejándome de la habitación.

En ese instante, mientras cuidadosamente iba buscando el mejor ángulo para mi última foto del álbum, me detuve de manera instintiva.
-Espera, no vaya a chocar contra...

De pronto, los sillones, los cuadros colgados, las fotos y la alfombra, junto con el resto de los muebles, se desvanecieron ante mis ojos. El vacío de la casa se había convertido también en el mío.

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