13 oct 2012

Complementariedad

Hemos llegado a esta vida incompletos, desde el nacimiento.

Desde el primer momento de conciencia en la niñez, nos miramos al espejo, y es en ese momento en que lo sabemos. Vemos con detenimiento la imagen de nosotros mismos, proyectada en el cristal. Y sabemos que hay algo en esa imagen que está mal. Que hay algo que falta ahí.

La realidad que se observa, es un bosquejo del rompecabezas con el que hemos sido creados, uno armado a partir de piezas al azar de lo que alguna vez seremos, de lo que realmente somos. En este rompecabezas sin terminar se pueden apreciar figuras y siluetas, momentos, actitudes y sentimientos, más nunca se observa una imagen completa.

Nos han dado solo unas cuantas piezas y está en nosotros, en nuestro trabajo, ponerlas en su lugar, así cómo buscar el resto de ellas para completarnos.

Algunas piezas las obtendremos de las personas que encontraremos en nuestro peregrinaje, de las cercanas, de las lejanas o de las menos esperadas. No debemos de menospreciar la fuente de nuestras piezas, sino a las piezas en sí.

Algunas piezas nos costarán esfuerzo y dedicación, serán difíciles de encontrar, de poner en su lugar o de que puedan embonar. Algunas vendrán acompañadas de angustia y lágrimas y les llamaremos cicatrices. Otras, vendrán con orgullo y triunfo, y las consideraremos logros.

Durante nuestro camino tomaremos piezas que creemos nos pertenecen y andaremos unos cuantos pasos con ellas, para al final darnos cuenta que no solo no embonan y nunca lo harán, si no que también son una carga en nuestro andar. Las llamaremos culpas y remordimientos.

Algunos las tirarán, y otros simplemente se acostumbrarán a su peso, sin importar el forzar su encaje dentro de sí mismos o la presión que produzcan en sus espaldas.

Al final del día, quizás nunca terminemos de construir nuestro propio cuadro. Nunca terminaremos de recopilar nuestras piezas y nuestra imagen jamás logrará ser nítida al espejo, pero esa es parte de la magia de la vida.